21 de diciembre de 2015

No matéis la creatividad

Me maravilla Ken Robinson. Me entusiasma la manera que tiene de contar sus experiencias porque transmite algo que no todos los profesores saben hacer: sentir el amor infinito que tiene hacia su profesión. Cuando escucho alguna conferencia o leo algún libro o artículo sobre Educación, la mayoría de las veces me encantaría poder conversar con los docentes que exponen ahí sus ideas, debatir sobre sus experiencias y las mías, aprender de ellos, en definitiva. Pero pocos son los que llegan a conseguir algo inaudito: que quiera retroceder años y años para volver a sentarme en un pupitre verde como alumna suya y poder experimentar de primera mano todo lo que exponen públicamente. Y Ken Robinson lo consigue. Sólo por hacerme sentir ese deseo incontrolable ya le considero un docente de 10. 




¿Sabéis por qué? Porque he crecido en una generación en la que creo que todos tenemos la sensación de que nuestro potencial no fue explotado lo suficiente. Y siempre me di cuenta de eso, aunque como yo era la típica empollona que no tenía problema con las notas, no reflexioné más sobre el tema. No sentí la ira que puede llegar a sentir un niño que sabe que es excelente en otros campos y que sólo le están juzgando en el que se le da peor. En la asignatura de Tecnología de 1ºESO fue cuando me di cuenta de lo frustrante que puede llegar a ser estar inmerso en un sistema educativo totalmente obsoleto. Recuerdo que un amigo con el que llevaba compartiendo clase desde Infantil era un auténtico crack en el tema de la tecnología y la electrónica. Hacía cosas que no eran propias de un niño de la ESO (o al menos de un niño de la ESO en esos años en los que la robótica no estaba tan de moda como ahora). De hecho, con 12 años, era la primera vez que veíamos temas de esa materia. Pero él, un apasionado de ese campo, había investigado por su cuenta, había aprendido de amigos, de familiares…y por ello era incluso capaz de crear sin ayuda autómatas sencillos. A todos nos dejaba con la boca abierta cada vez que llegaba la Navidad y montaba en su casa un Belén en el que todas las piezas o bien movían los brazos, o las piernas, o emitían sonidos…era impresionante. Yo le admiraba por ello. Pero en la escuela nadie le premió por sus capacidades. Nadie se fijó en que ese niño desbordaba creatividad y pasión. Allí le obligaban a memorizar, y él no estaba hecho para la memorización, estaba hecho para la acción. Y suspendió la asignatura. ¡Él, que era para el resto de mis compañeros de clase una especie de Dios de la tecnología, suspendió! Y yo, que soy torpe incluso para cambiar una bombilla, saqué un sobresaliente. ¿Por qué? Porque el profesor obvió la creatividad. No creía que esta cualidad tuviera la suficiente importancia en la materia que impartía como para puntuarla de manera positiva. Es algo totalmente escandaloso, lo sé. Incluso me da vergüenza contar un ejemplo tan claro de cómo un mal docente puede actuar. Estoy segura de ese chico hubiera llegado a ser un ingeniero excelente, pero abandonó el colegio lo antes que pudo porque ni siquiera encontraba una recompensa positiva en la única asignatura que amaba. En fin, dejo a un lado las anécdotas de mi vida que tanto me gusta contar, para dar la voz a Ken Robinson. Si habéis tenido la oportunidad de leer o escuchar algo sobre él, sabréis que su nombre va ligado al de “creatividad”. Aquí os dejo una de sus más conocidas charlas que pronunció en TED hace ya unos cuantos años, en 2006, pero que aun así sigue siendo igual de inspiradora.





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