15 de febrero de 2016

Albert Camus y el maestro al que nunca olvidó

Albert Camus fue uno de esos hombres que dejan huella, en este caso por escrito. Sus obras le valieron un Premio Nobel de Literatura en 1957 y hasta ese momento pocos sabían que detrás de todos sus éxitos estaba alguien que le marcó de una manera muy especial en su infancia, una persona que confió en él y que le abrió las puertas de un maravilloso mundo que acabó convirtiéndose en su pasión. Esa persona supo ver el potencial del pequeño Albert y le estimuló para que continuara con su formación, a pesar de vivir en el seno de una familia que le arrastraba hacia otros caminos: su padre murió cuando él apenas tenía 3 años, dejando el hogar desamparado; su madre era analfabeta y prácticamente sordomuda; y su abuela intentaba por todos los medios que se metiera a trabajar de aprendiz de algún comerciante local. Nadie, excepto Louis Germain, su maestro en la escuela Primaria, le infundió el valor necesario para que hiciera realidad sus sueños. Camus no olvidó el interés le mostró y por eso, en aquel momento en el que tuvo el honor de pronunciar su discurso de agradecimiento por recibir el Nobel, quiso dedicárselo. 

Días más tarde se decidió escribirle esta emotiva carta:


Resulta impresionante apreciar como un maestro puede influir de una manera tan decisiva en la futura vida de sus alumnos, mediante sus palabras y sus actos. Como  maestro, Louis Germain supo ver cuales eran las fortalezas de Albert Camus e intentó guiarle hacia el camino que le llevaría al desarrollo de las mismas. Quizás, poco podía imaginar al genio que tenía sentado en un pupitre de su clase, pero intentó que aquel chiquillo sacara lo máximo de él mismo. Y lo consiguió. 



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